Tierra de Hombres

10 enero, 2006

El día de Reyes

Cuando era pequeña, el día de Reyes era uno de los mejores del año (detrás del día en que nos daban las vacaciones). La noche de Reyes, después de cenar, salíamos a la puerta de la casa, una casa en las montañas, y mirábamos al cielo a ver si veíamos la estrella de Oriente, a los camellos, o incluso a un paje o un Rey. Lo cierto es que nunca lo conseguimos, pero sabíamos que estaban allí. Así nos pasábamos un buen rato, discutiendo: pues yo he visto algo; mentira, no has visto nada. Que sí que sí, allí, mira mira (y levantabas el dedo). Y así, todos los años, todas las noches del 5 de Enero.

Después entrábamos en casa, nos poníamos al lado de la chimenea para ponernos el pijama, y preparábamos los regalos a los Reyes: leche y agua para los camellos, y para los Reyes pastas, un buen surtido de polvorones y turrones, y una botella de cava. Dejábamos en la ventana los zapatos, bien limpios, y nos hacíamos un poco los remolones para acostarnos, pero al final íbamos a la cama.

Y en cuando mis padres bajaban de nuevo a la cocina, después de habernos mandado callar y dormir cientos de veces (o más), nos levantábamos y poníamos la oreja en el suelo, mientras volvíamos a comenzar la discusión de si yo he oido algo, o si no has oido nada. Así hasta que nos quedábamos dormidos en el suelo de madera.

Al día siguiente, nos despertábamos prontísimo, y mágicamente, ya estábamos en nuestras camas, bien tapaditos. El primero que despertaba, avisaba a los otros y nos dirijíamos corriendo al salón. Alguna que otra vez caí por las escaleras de la emoción, pero ni los golpes dolían. Y llegabas y veias los regalos. Parecía que irradiaban luz. Nunca fuimos de mucho pedir, es cierto, porque mis padres siempre nos dijeron que no podíamos ser egoistas y que el resto de niños también necesitaban juguetes. Incluso algunas veces, los Reyes se equivocaron de juguetes, y nos trajeron cosas que no habíamos pedido... pero brillaban tanto en las mañanas del 6 de Enero.

Recuerdo especialmente un año. Yo tenía 7, allá por el 1986. En mi casa no andábamos demasiado bien de dinero, porque mi padre se había puesto enfermo. Un domingo, fuimos al rastro a dar un paseo, y ví un armarito amarillo precioso, con cajoncitos y perchitas a juego. Me quedé mirándolo durante mucho rato. De hecho, me perdí, y mis padres volvieron un rato largo después nerviosos porque no me encontraban, pero yo seguía mirando el armarito amarillo. Ya pensaba en qué trajes iba a meter y todo. Mi madre preguntó el precio: son 2000 pts., le dijeron. Mi madre puso una cara de espanto, dio las gracias, y nos fuimos. Yo le dije que quería el armarito, y ella me dijo que no teníamos dinero para él.

Era octubre, y me pasé todo ese mes y el siguiente acordándome del armario. Ese año no hice carta a los Reyes. No tenía ganas. Estaba fastidiada (y siempre he tenido muy mal genio). Pero el día de Reyes, cuando me levanté, sin emoción como otros años, me encontré con el armario, y dentro un montón de trajes nuevos cosidos a mano (seguramente por algún "paje" real) para mis muñecas. Lloré. No podía ni tocarlo de la emoción. Mi madre también lloró, no se por qué.

Ese día me dí cuenta de que, digan lo que digan, los Reyes Magos existen, y seguirán existiendo por muchos años, por muchos siglos. Espero que algún día, mis hijos lleguen a entender el significado de Reyes Magos, el significado de la Navidad, y sientan la ilusión que todo niño debe sentir.

Lo más bonito del mundo es la sonrisa de un niño en Navidad al ver el árbol, al montar el nacimiento, al cantar un villancico recién aprendido en la escuela a sus padres, al acudir a la cabalgata de Reyes del 5 de Enero, o antes a dejar su carta en algún centro comercial donde haya alguien vestido como ellos recogiendo deseos.

Espero que nunca se pierda el espíritu de la Navidad. La Ilusión.


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